Me he acostumbrado. Porque a través de estos ojos he visto cómo las rutinas llegan silenciosas y pernoctan en el ovillo del sueño. Las rutinas son la simpleza del tiempo midiendo la partida y la llegada. La llegada ese dato más allá del encuentro o la elección y la suerte. Yo me pregunto: ¿Nos escogimos acaso? Y yo, no lo sé. Al contacto de las miradas no encuentro razones. Pero si me atrevo a describirlo, fue un simple temblor de azúcar, un suelo helado y sus manos sobre mí. Al crecer de mis bigotes y con el cambio de los climas, ambos nos acostumbramos a la presencia del otro, en un mismo lugar. Tenía lo que un majestuoso animal como yo y los de mi raza merecemos. Sin embargo nunca me cuestione ¿Él lo tenía todo? Nunca lo culpe, ni lo cuestione. Como él era humano (mi humano) se reducía a ser su propia complicación y angustia. Mi vida, en cambio, se precipitaba sobre las ventanas, las aves con su sol, lugares mullidos, algo de brincos con garras y la suficiencia del sueño. Su vida co...